El padre FAUSTINO VILLANUEVA VILLANUEVA, MSC.

Sólo había pasado un mes y seis días de la muerte del Padre José María cuando fue asesinado el siguiente misionero del Sagrado Corazón, el 10 de julio de 1980. Se trata ahora del párroco de Joyabaj.

El Padre Faustino llevaba 21 años de trabajo pastoral cuando le alcanzó la muerte. Había empezado su ministerio sacerdotal en la diócesis de Quiché justamente en la parroquia de Joyabaj y allí mismo selló su compromiso final dando testimonio de Cristo con su muerte.

Antes de su muerte, atendía los municipios de Canillá, San Andrés Sajcabajá y San Bartolomé Jocotenango. La pobreza extrema era general entre la población mayoritariamente indígena. El trabajo era muy duro, los caminos largos y difíciles. Pero a todos esos pueblos o comunidades acudían los misioneros junto con los catequistas, porque allí estaba la gente esperando la Palabra de Dios y la Eucaristía que eran la fuente de su vida. A todo ese pueblo había sido enviado el P. Faustino para anunciarles la Buena Noticia de Jesucristo.

El P. Faustino conoció también la región ixil, pues trabajó en la parroquia de San Juan Cotzal. Allí su programa pastoral era como el de sus compañeros: conocer la realidad, tratar con la gente, visitar el pueblo y sus aldeas, anunciar la Palabra de Dios, animar y organizar la catequesis, celebrar la fe en los sacramentos, sobretodo en la Eucaristía, visitar enfermos, llevar medicinas a las aldeas y, al final de sus años en San Juan Cotzal, echar las bases para establecer una cooperativa que los librara de las garras de los usureros. En 1965 fue enviado a Sacapulas.

En todas las parroquias por las que pasó el P. Faustino, la dinámica de trabajo fue muy similar: ida y vuelta a las aldeas y cantones, con un programa ordinario bien estipulado: hablar con la gente reunida en capillas y oratorios, reunirse con los responsables y directivas de Acción Católica, animar a los catequistas y dedicar un buen tiempo a las confesiones, a la celebración de los sacramentos: bautizos, matrimonios y la Eucaristía.

El P. Faustino era muy bien aceptado en todas las comunidades; se caracterizaba por ser organizador, hombre de diálogo, pacífico, acompañado de un gran sentido de equilibrio, que hacían de él un hombre serio, pero a la vez tiernamente cercano a la gente.

Por la situación que vivía Guatemala desde hacía cuatro años, cualquier sacerdote que quisiera ser consecuente con su misión de servir de corazón al pueblo que le estaba confiado, sabía de antemano que estaba condenado a muerte.

El 10 de julio de 1980, en horas de la noche, dos hombres jóvenes llamaron a la puerta de su despacho y pidieron hablar con él; con la solicitud que lo caracterizaba el P. Faustino acudió a atender la llamada. Pocos momentos después, aquellas personas le dieron muerte.

Toda la vida del P. Faustino fue sencilla pero imbuida de un gran compromiso: supo servir al pueblo de Dios, anunciar el Evangelio y ratificar su amor a la Iglesia y a las comunidades cristianas a las que servía con el mismo amor y compromiso de Jesús.

Mucha gente considera al P. Faustino como un verdadero testigo de Cristo, pues a pesar de la persecución, permaneció fiel en su parroquia, hasta derramar su sangre en el ejercicio de su ministerio sacerdotal.