CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR RODOLFO QUEZADA TORUÑO
ARZOBISPO METROPOLITANO DE GUATEMALA
EN OCASIÓN DEL ADVIENTO
DEL AÑO DEL SEÑOR 2002


Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Los saludo fraternalmente en Cristo Jesús, Señor Nuestro. Este primer domingo de Adviento se inicia nuevamente el año litúrgico. Y ya que este nuevo Adviento coincide con otro inicio, el de mi servicio como Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala, no quiero dejar pasar la oportunidad de dirigirme a todos ustedes -los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos de nuestra familia arquidiocesana- para hacerles llegar algunas reflexiones que a todos nos ayuden a vivir el tiempo de Adviento a la luz de los grandes retos que tenemos como Iglesia Arquidiocesana al inicio del Tercer Milenio de la era cristiana y a celebrar más cristianamente la gran solemnidad de Navidad, ya que es ésta una de las finalidades de este tiempo litúrgico.

I EL AÑO LITÚRGICO

Los calendarios son muy importantes para todos nosotros, porque toda nuestra vida está sujeta a los mismos. En cierto sentido, vivimos "atados" a varios calendarios y por eso en los últimos o primeros días del año civil nos preocupamos de adquirir los famosos "almanaques". Mucha importancia tiene el calendario civil, que fija las fiestas nacionales. No lo es menos el laboral para conocer los días de feriado o descanso. Para los estudiantes tiene especial importancia el calendario escolar. Hasta para pagar impuestos hay un calendario de pagos. Pues bien, también para nosotros los cristianos existe el calendario litúrgico cristiano. En este calendario se fijan para determinados días las solemnidades y fiestas cristianas.

Sin embargo, el año litúrgico es mucho más que un simple calendario que regula las fiestas o distribuye las celebraciones. El Concilio Vaticano II describe claramente lo que es el año litúrgico: "La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar, con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de Cristo, su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor". (SC, 102)

El Concilio nos habla de días determinados, de semanas, del año. Ese conjunto de días y semanas, el año, es lo que da lugar al calendario cristiano y al año litúrgico. Pero la finalidad del año litúrgico es la celebración en determinados tiempos del año, de toda la obra salvadora de Cristo nuestro Señor para continuar, a la luz del Nuevo Testamento, la historia de la salvación que culmina con la muerte y resurrección del Señor y que la Iglesia actualiza en el año litúrgico. El Papa Pio XII señala en su encíclica Mediator Dei: "El año litúrgico no es una representación fría de cosas que pertenecen al pasado, ni un simple recuerdo de una edad pasada, sino más bien es Cristo mismo que persevera en la Iglesia y que prosigue aquel camino de inmensa misericordia que inició en esta vida mortal, cuando pasaba haciendo el bien, con el fin de que las almas de los hombres se pongan en contacto con sus misterio y vivan por ellos." (Mdei, 163) Esta es una gran verdad que los cristianos deberíamos vivir plenamente cuando participamos en la liturgia.

El Papa San León decía en uno de sus sermones: "He aquí que el correr del año nos actualiza de nuevo el misterio de nuestra salvación." Y dom Próspero Gueranger, abad benedictino de Solesmes en Francia, explica esta realidad con estas sabias palabras: "Si la Iglesia renueva todos los años su juventud, como un águila, es porque mediante el año litúrgico recibe la visita de su Esposo, Cristo, en la medida de sus necesidades... Todos los años lo vuelve a ver hecho niño en el pesebre, ayunando en la montaña, sacrificándose en la cruz, resucitando del sepulcro, fundando su Iglesia e instituyendo los sacramentos, subiendo a la derecha del Padre, enviando a los hombres el Espíritu Santo..." A lo largo del año, día a día, semana a semana, la Iglesia revive y reactualiza en sus celebraciones litúrgicas la misma vida de Cristo, sus acciones salvíficas y sus misterios, porque el año litúrgico es la misma celebración del misterio de Cristo en su desarrollo histórico desde las promesas hechas por Dios a nuestros primeros padres hasta su pleno cumplimiento en la gloria celestial.

Después de estas sencillas consideraciones, comprendemos mejor la importancia que tiene para nuestra vida cristiana el inicio solemne del año litúrgico. ¡Cuántos buenos propósitos nos hacemos en el primer día del año civil! Pues, del mismo modo, al iniciarse el año litúrgico con el primer domingo de Adviento, quienes creemos en Cristo y deseamos celebrar nuestra fe, deberíamos hacernos el propósito firme de vivir este nuevo año litúrgico con toda intensidad dejándonos guiar en esta celebración por la liturgia de la Iglesia, gran maestra de nuestra vida cristiana.

II LA PASCUA DEL SEÑOR

El centro de todo el año litúrgico es el misterio de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Cristo nuestro Señor. La Iglesia celebra y reactualiza este misterio cada semana en el día que llamamos del Señor (el domingo), cada día en la celebración de la Eucaristía y una vez al año con mayor solemnidad durante el triduo pascual. Por eso la Pascua anual es la solemnidad de las solemnidades cristianas. Se explica así que el año litúrgico tenga dos tiempos "fuertes": la Navidad, para cuya celebración nos preparamos durante el Adviento, particularmente después del 17 de diciembre y la Pascua Anual, para la cual nos preparamos durante los cuarenta días de la Cuaresma y después de la celebración del triduo pascual, la Iglesia continúa en una celebración jubilosa que se prolonga durante cincuenta días hasta la Solemnidad de Pentecostés.

La más antigua fiesta cristiana es el domingo, la Pascua semanal. Posteriormente, hacia el siglo II y III, se va formando el triduo pascual de la pasión, muerte, sepultura y resurrección del Señor. La Navidad empieza a celebrarse en el siglo IV. La Cuaresma, como preparación de la Pascua anual, se encuentra ya hacia el siglo IV y en el VI surge el Adviento en su forma actual.

III EL ADVIENTO

Doble es la finalidad del tiempo de Adviento. Por una parte, despierta en nosotros la esperanza de la segunda venida de Cristo en gloria, poder y majestad al fin de los tiempos, sobre todo en la liturgia de las primeras semanas. Y por otra, principalmente después del 17 de diciembre, nos prepara a una cristiana celebración de la Navidad. Se trata de las "venidas" de Cristo, la primera que ya aconteció en Belén de Judá y la segunda, que está todavía por suceder.

El Adviento es un tiempo de esperanza. Los hombres y mujeres de todos los tiempos necesitamos un Salvador. El es Jesús, el Mesías prometido a nuestros primeros padres, anunciado por los profetas, señalado por Juan Bautista y esperado con inefable amor de madre por María, en cuyas entrañas se encarna el Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo. Por ello las grandes figuras del Adviento son el pueblo de Israel que espera un Salvador, el gran profeta Isaías que profetiza ocho siglos antes de la era cristiana su concepción en el seno de una virgen-madre, Juan Bautista que prepara sus caminos y lo señala ya presente entre los hombres y sobre todo la Santísima Virgen María que lo ha concebido en su seno.

El Adviento es también el tiempo privilegiado de María. El Papa Pablo VI, en su exhortación apostólica Marialis Cultus, sugirió la conveniencia de resaltar este tiempo de Adviento como un tiempo mariano. No cabe duda que debemos continuar con el mes de mayo como el mes de María y con el mes del Rosario en octubre, pero en este tiempo de Adviento la contemplación de María como "virgen-madre" nos ayuda a situarla en el marco bíblico de su misión. María con el Niño en los brazos o sobre su seno es quizás la mejor de todas las representaciones de la madre de Jesús.

El Adviento debe ser también el tiempo de las grandes preguntas que requieren una respuesta personal. ¿Quién es Jesús realmente para mí? Es la misma pregunta que Jesús dirigió a sus apóstoles. (Mt 16,15) Es una pregunta que continúa siendo válida en nuestros días y por ello se dirige a todos los hombres y mujeres de hoy. Para ser cristianos no basta una simple admiración de la persona, la vida o el mensaje de Jesús y de su doctrina. Es necesaria una entrega personal y confiada. Se hace necesario reconocer a Jesús, por la fe, como el Hijo de Dios y el Hijo de María, como verdadero Dios y verdadero Hombre, como nuestro Señor y Salvador, como el Mesías prometido. La fe en Cristo debe ser celebrada personal y comunitariamente, a ello nos conduce la preparación de la Navidad que hacemos en el Adviento.

La celebración del Adviento supone que la comunidad se comprometa a crear un ambiente propicio. Es conveniente que todos los miembros de la comunidad cristiana se den cuenta que empieza el año litúrgico. A ello ayuda la ambientación que se dé a la Iglesia, la "corona de Adviento" que cada día es más popular, la colocación de "mantas" que resuman el contenido del mensaje de cada domingo, los cantos apropiados, una mayor participación de los fieles en la riqueza de la Liturgia de las Horas. Conviene no olvidar la importancia de los "signos".

IV LA NAVIDAD

En la Navidad conmemoramos y celebramos el nacimiento de Jesús en Belén de Judá. Debe ser Jesús, por tanto, el centro de todas nuestras celebraciones. Una Navidad sin Jesús como centro no tiene sentido. Por eso es tarea prioritaria que todas las comunidades cristianas de la Arquidiócesis, guiadas por sus párrocos, hagan el esfuerzo para devolver a la Navidad su verdadero sentido espiritual. No hay que desmayar, pues queda mucho por hacer. La lucha tiene que ser más intensa, desde luego que la mentalidad consumista de nuestros días cada vez se esfuerza más por hacer de la Navidad una fiesta profana vaciada de sentido cristiano.

Desde el 17 de diciembre, como lo señalaba anteriormente, toda la liturgia del Adviento se encamina a preparar la celebración de la Navidad. Nada como la preparación litúrgica. Y ello supondrá en pastores y fieles la creatividad para que los hermosos y profundos textos litúrgicos lleguen cada día a un mayor número de fieles. En los pastores requerirá poner mayor atención a las homilías de la Eucaristía diaria y dominical.

Pero tampoco hay que menospreciar las costumbres populares. Al contrario, hay que valorarlas y fomentarlas. Me refiero concretamente a la costumbre de hacer "nacimientos" o "pesebres", a nuestras tradicionales "posadas" y a las cada vez más populares "pastorelas". Recordemos que la Navidad ha despertado la inspiración de artistas, literatos, poetas y músicos que han ido impregnando nuestra cultura con expresiones propias. No las perdamos. Celebremos nuestras fiestas navideñas en el marco y ambiente de lo nuestro.

Más allá de estas consideraciones, creo que los padres y madres de familia que son los primeros y principales educadores de sus hijos e hijas, tienen con la Navidad una ocasión única para instruirlos en estas verdades fundamentales de nuestra fe. La hechura del nacimiento y la participación en las posadas ofrecen al padre y a la madre de familia la ocasión para iniciar a sus hijos pequeños en la consideración de estos misterios.

EXHORTACION FINAL

A todos y todas les deseo una Santa Navidad. Preparémonos a esta celebración. Una Navidad con Cristo, en paz, en familia, sin gastos superfluos, profundamente espiritual. El Adviento que principiamos este domingo es buena ocasión para hacer los mejores propósitos de celebrar nuestra fe en Cristo a lo largo de todo este año litúrgico. Que el Señor les bendiga.

Rodolfo Quezada Toruño
Arzobispo de Santiago de Guatemala

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