Arquidiócesis de
Santiago de Guatemala

Guías Litúrgicas para la celebración de la Eucaristía
o la Liturgia de la Palabra Dominical
con motivo del Adviento y la Navidad
Guatemala de la Asunción, Noviembre 2001

Natividad del Señor - martes 25 de diciembre

Moniciones
Guía homilética

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Monición introductoria


Nos hemos reunido aquí este día en comunión con todos los creyentes en Cristo, que en todos los países del mundo celebran, como nosotros, la Navidad del Señor. A todos nos ha convocado el mensaje del ángel a los pastores de Belén: "Hoy nos ha nacido un Salvador: El Mesías, el Señor".

Acto Penitencial

Para participar con fruto en esta celebración acerquémonos con corazón arrepentido al Hijo del hombre, palabra eterna de Padre, por la que todo ha venido a la existencia, que conoce y comprende nuestra debilidad.
- Palabra eterna del Padre, por la que todo ha venido a la existencia. Señor, ten piedad.
- Luz verdadera, que has venido al mundo y a quien el mundo no recibió. Cristo, ten piedad.
- Hijo de Dios que, hecho carne, has acampado entre nosotros. Señor, ten piedad.
Gloria

El himno que vamos a cantar (recitar) comienza con el cántico de los ángeles en la noche de la Navidad del Señor. Hacemos nuestros sus sentimientos de adoración y alabanza.

Monición a la Primera lectura

El profeta entona un cántico anunciando el retorno de los exiliados; con ellos el Señor vuelve a estar presente en la ciudad. Este anuncio se sintetiza en paz, buena nueva, salvación y el reinado de Dios.

Monición a la Segunda lectura

El autor de la carta a los Hebreos nos invita a tener una actitud de escucha atenta pues el mismo Dios, que "de muchos formas habló en el pasado", nos ha hablado definitivamente por esta "Palabra", que es su Hijo único.

Monición al Evangelio

El Evangelio recoge con toda su fuerza la afirmación de que Dios se ha hecho cercano a nosotros. El Dios de nuestra fe se hace carne, asume la total debilidad de la condición humana y viene a vivir con nosotros. En esta debilidad es donde veremos su gloria.

Salida

Llevemos a todos la Buena Noticia: "Hoy nos ha nacido Salvador, el Mesías, el Señor".

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Guía homilética

Objetivo de la homilía. A diferencia de los domingos de Adviento, en la solemnidad de la Natividad del Señor la homilía debe ser una invitación a la contemplación de la realización de las promesas de Dios en el pequeño niño que ha nacido. Puestos delante del misterio del nacimiento del mismo Hijo de Dios, la homilía debe invitar a una respuesta de fe que abra el horizonte de la esperanza para nuestro mundo.

Las lecturas como punto de partida. En esta solemnidad de la Natividad de Jesús, nuestro Señor, los textos de la Palabra de Dios quieren ser una provocación a acoger en la fe el misterio del niño que ha nacido:

- El profeta Isaías, en la primera lectura, anuncia la llegada de un mensajero (Is. 52,7-10). Este mensajero trae una palabra esperanzadora: "Dios reina". Esto significa que el Señor de la historia ha logrado vencer todas las fuerzas del mal. Él implanta un reino, y su reino supone, como hemos visto los domingos anteriores, un nuevo estilo de vivir en justicia, paz y fraternidad. Las palabras de este mensajero divino consuelan al pueblo pues, en su acción, dicho pueblo puede ver el rescate de Jerusalén, destruida por el mal. Es Dios mismo el que visita a su pueblo para liberarlo del temor y de la muerte.

- La segunda lectura está tomada de la carta a los hebreos (Heb 1,1-6). En ella se nos pide una actitud de escucha pues el mismo Dios que "habló de muchas formas en el pasado", se ha expresado ahora en una nueva palabra, pero que es una persona viva, su Hijo único Jesucristo. Así pues, en Jesús se tiene la más apropiada relación con Dios pues Él es la palabra última y verdadera. En Él resplandece la gloria de Dios porque puede mostrar a Dios tal cual es: Jesús es la imagen más perfecta del Dios que ama y salva. Lo auténticamente divino lo conocemos por Cristo. De allí la invitación a adorarlo junto con los ángeles, es más, con la entera creación.

- El texto evangélico recoge el prólogo del Evangelio de San Juan (Jn 1,1-8) y en él se nos muestra que el "mensaje" y el "mensajero" se han fundido en una misma persona, en una persona viva cuyo misterio desvela el plan de salvación de Dios. El es la Palabra hecha carne que ha habitado entre nosotros; por tanto, su Palabra no es ya un mensaje que solamente se escucha sino una persona que se contempla en su más radical limitación, como un niño recién nacido. El texto delinea la vocación de la Palabra y, por tanto, de la presencia salvadora de Dios en su Hijo. Aquel que existía desde el principio y era Dios, aquel que ofrece todos los bienes a los que el ser humano puede anhelar porque es la vida misma; aquel que fue presentado por Juan, ha puesto su morada en nuestra tierra. Pero ante la realidad de su presencia entre los seres humanos, se perfila con claridad la necesidad de una opción: acogerlo o no. Aquellos que lo acojan, serán hijos de Dios pues nacerán de nuevo de Dios y podrán contemplar su plenitud en la gracia y la paz.

Así pues, el prólogo del evangelio de San Juan nos invita a aceptar gozosos a aquel que ha puesto humildemente su morada entre nosotros, como si armara su tienda de pastor entre las ovejas del rebaño, para iluminarlas con la suave luz de su presencia que aleja las tinieblas. Esta Palabra eterna y creadora hecha carne es la que nos dará la oportunidad de llegar a ser hijos de Dios.

Confrontemos el mensaje de las lecturas con la vida. Al decir "se hizo carne", el evangelista San Juan quiere aludir a la naturaleza humana, no sólo en su condición mortal, sino en su totalidad. Todo lo que es humano, excepto el pecado, fue asumido por el Hijo de Dios. La encarnación es fruto de un inmenso amor, que impulsó a Dios a querer compartir plenamente nuestra condición humana.

El hecho de que el Verbo de Dios se hiciera hombre produjo un cambio fundamental en la condición misma del tiempo. Podemos decir que, en Él, el tiempo humano se colmó de eternidad. Es una transformación que afecta el destino de toda la humanidad, ya que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS, 22). Vino a ofrecer a todos la participación en su vida divina. Este inmenso "salto" desde la vida celestial hasta la existencia humana está motivado por el deseo de cumplir el plan del Padre, en una entrega total. Nosotros estamos llamados a asumir la misma actitud, caminando por el sendero abierto por el Hijo de Dios hecho hombre, para compartir así su camino hacia el Padre.

Sólo sentimientos de alegría y gratitud puede albergar nuestro corazón en este día. Por la cercanía amorosa de Dios, por la salvación y el perdón que nos ofrece tan gratuita y desinteresadamente, debemos volcarnos en agradecimiento. Pero también en este día debemos asumir el compromiso de estar abiertos a la novedad que Dios nos depara ahora y en el futuro, a no dejarnos vencer por el pesimismo, a creer que con el poder de su Hijo podemos llegar a ser "hijos de Dios". En el tiempo de Jesús había mucha desesperanza. Sin embargo Dios, por medio de Jesús, los llamó a ver el mundo con nuevos ojos. El Señor es un Dios de vida. Por eso, la Navidad es una invitación en la cual se nos llama a mantener la fe en un mundo mejor. Para ello, es necesario ver la realidad con el corazón lleno de esperanza. Se trata de descubrir los valores de las personas, las comunidades y los pueblos que luchan por transformar este mundo. Necesitamos ver los nuevos valores que el Espíritu suscita en la Iglesia y en toda la humanidad y apoyarlos. Dios no abandona a su pueblo. Por eso, la solemnidad de la Natividad de Jesús está siempre vigente porque "es la fiesta en la que se celebra no un acontecimiento pasado que ocurrió una vez y pasó, sino algo presente que es al mismo tiempo comienzo de un futuro eterno que se nos acerca. Es la fiesta del nacimiento de la eternidad" (K. Rahner).

Sugerencias para el compromiso. Los cristianos, al celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, tenemos que comprometernos a compartir con todos la alegría que hoy nos embarga, haciendo de cada una de nuestras vidas una oferta y un testimonio del amor de Dios, el amor que se nos ha manifestado de forma tan espléndida. Un amor que sí da vida y trae paz, que cura y consuela, que perdona y recibe siempre. Se trata de compartirlo, haciéndolo vivo y actual por medio de nuestras propias acciones. Como decía Madre Teresa de Calcuta: "al Señor lo festejamos más dignamente ayudando al prójimo, abriéndole nuestras puertas..."

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