Comisión Pastoral de
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Encuentro de Obispos Católicos responsables de la
Pastoral de Migrantes en Canadá, Estados Unidos,
México y América Central

Tecún Umán, Diócesis de San Marcos, Guatemala
04 de junio de 2009


LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO: LC. 10, 25-37

Nosotros, Obispos de América Central, México, Canadá y los Estados Unidos, con la presencia del Arzobispo Agostino Marccetto llamados a ser Pastores como Nuestro Señor Jesucristo, en compañía de Sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos, laicas, agentes de pastoral nos hemos reunido en la frontera México-Guatemala, en la ciudad de Tecún Umán, Diócesis de San Marcos para compartir nuestras preocupaciones sobre el fenómeno de las migraciones y buscar de modo conjunto cómo contribuir a lograr políticas migratorias que respeten la dignidad humana y protejan la vida de las y los migrantes.

Esta reunión es continuación de otros Encuentros realizados en Estados Unidos y México en años anteriores. En nuestros diálogos hemos enfocado nuestra atención en los miles y miles de migrantes que buscan un mejor futuro para sus familias debido a la pobreza en sus lugares de origen, aunque hemos también utilizado el término migrantes en un sentido más amplio que incluye refugiados, desplazados y trabajadores temporales.

Estamos ahora en un momento privilegiado en la historia de la migración en el hemisferio. El nuevo gobierno de los Estados Unidos ha anunciado su intención de hacer una reforma migratoria y trabajar con los países de México y América Central para enfrentar las desigualdades económicas que producen la migración.

La crisis económica global ha golpeado a todas las naciones y no puede ser excluida al momento de encontrar solución a los problemas de la migración. Por ello, hemos examinado los acuerdos de una economía global y su impacto en los flujos migratorios.

No hay tiempo que perder. Los migrantes cada día se enfrentan a un viaje muy peligroso y sufren vejaciones, asaltos de parte de traficantes y tratantes de personas, y de los cárteles de la droga. Mientras ellos buscan trabajo para sostener a sus familias, sufren abusos y en muchos casos hasta la muerte.

Hemos considerado que se debe prestar gran atención a los grupos del crimen organizado que operan en algunos casos de manera impune a lo largo de nuestras fronteras y dentro de nuestros propios países, particularmente a los que se involucran en el tráfico de drogas. Estos cárteles no solamente amenazan a los migrantes, sino que su violencia domina en ciudades y comunidades. Las redes de trata de personas constituyen un horrible crimen que debe ser eliminado y que golpea cruelmente a mujeres, hombres y niños.

Las violaciones a los Derechos Humanos de las y los migrantes han crecido notablemente, focalizándose en lugares específicos, sin que hasta ahora las autoridades locales hayan hecho algo para evitarlo.

Nos ha preocupado gravemente el impacto de la migración en la unidad familiar, muchas familias sufren de la desintegración y en la gran mayoría de los casos, son los niños quienes reciben el impacto de esta desintegración cuando los dejan solos o se ven forzados a trabajar para sostener a la familia que ha perdido al padre o a la madre.

Hemos constatado que en nuestros países la sensibilidad de la opinión pública sobre el fenómeno de la migración es muy débil y que no hay una conciencia clara sobre el problema de trata de personas. Aún más: en muchísimos casos los migrantes vienen considerados criminales y delincuentes.

Reconocemos que toda persona de acuerdo a los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, tiene el derecho de migrar cuando sus propios países en su derecho de residencia no les ofrecen las oportunidades de bienestar integral y aunque es verdad que cada país tiene el derecho de reforzar sus fronteras para favorecer la seguridad interna, también es cierto que existe un bien común universal que implica una obligación moral para que los países protejan la dignidad de los seres humanos y regulen las migraciones de acuerdo a principios éticos y no solamente económicos o legales.

Nos da mucha tristeza cuando constatamos que dentro de nuestras mismas comunidades parroquiales no se acoge y se atiende a las y los migrantes como hermanos en la misma fe y miembros de la misma familia. Una vez más debemos insistir “en la Iglesia nadie es extranjero”.

Desde hace muchos años se hace la Celebración del Día del Migrante, pero hemos verificado que en muchas comunidades parroquiales y diocesanas, a esta celebración no se le da la importancia que merece y tampoco se reconoce el compromiso del ser discípulos y misioneros que muchos de los migrantes realizan al llegar a otro país.

Al compartir estas reflexiones, desde nuestro corazón de Pastores, se mezclan diversos sentimientos: de esperanza, de dolor y frustración, pero no obstante creemos que Dios es el Señor de la historia y que no debemos ceder a la desesperación ni a la impaciencia.

Por ello, desde este Encuentro:

1. Urgimos al Presidente de Estados Unidos de Norteamérica para coordinar esfuerzos con el Presidente de México y los Presidentes de América Central y el Primer Ministro de Canadá, a encontrar consensos sobre la cooperación regional en los temas de migración y desarrollo, incluyendo un planteamiento y una solución a las raíces que causan la migración.
2. Hacemos un llamado para que se realice un encuentro a nivel regional de estos líderes para discutir estos temas tan importantes y planear acciones conjuntas.
3. Urgimos a nuestros Hermanos Obispos, Sacerdotes, personas de la vida consagrada, comunidades parroquiales, laicos, laicas y personas de buena voluntada acoger con amor y solicitud pastorales a los cientos de miles de migrantes que pasan por los caminos de América Central, México, Estados Unidos y Canadá. Es necesario que ellos y ellas se sientan apoyados desde sus comunidades de origen hasta sus lugares de destino y que este acompañamiento no les falte durante la larga y fatigosa travesía que realizan.
4. Hacemos un llamado para que se vuelvan a examinar las políticas de protección al refugiado y asilado. Mujeres, niños y familias, escapan por razones políticas y otras formas de persecución, pero no reciben una protección adecuada en otros países.
5. Agradecemos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a quienes con esfuerzo y dedicación sirven a los migrantes en las casas de acogida, en las comunidades parroquiales y en las familias, aún corriendo riesgos y peligros de muerte. Ellos y ellas demuestran su coherencia cristiana y fortalecen la Pastoral de los Migrantes como una pastoral específica de la Iglesia.

Por último, hacemos nuestras las palabras de Su Santidad el Papa Benedicto XVI al señalar en su visita a los Estados Unidos que estamos llamados a seguir acogiendo a los inmigrantes que se unen hoy a nuestras filas, compartir sus alegrías y esperanzas, acompañarlos en sus sufrimientos y pruebas, y ayudarlos a prosperar en su nueva casa.

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