Año Sacerdotal 2009-2010

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“Los sacerdotes, testigos de la fe, en Guatemala”
Presentado por Mons. Julio Cabrera Ovalle, Obispo de Jalapa
y Presidente de la Comisión Nacional del Clero
en la apertura del Año Sacerdotal en Guatemala, el 4 de agosto de 2009

Uno de los momentos más significativo de mi vida fue el 6 de febrero de 1996. Ese día, junto con Mons. Jorge Mario Ávila del Águila, entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, entregué en manos del Papa Juan Pablo II la lista provisional de testigos fieles que derramaron su sangre por Jesucristo en Guatemala. Esta lista la encabezaba el P. Hermógenes López Coarchita, sacerdote diocesano ejemplar, párroco de San José Pinula en la arquidiócesis de Guatemala. Al final de la carta, los obispos expresábamos ante el Papa este deseo: que fuera introducida la causa de canonización de al menos algunos de ellos, con la esperanza de darles algún día el título de “mártires”, después del reconocimiento oficial de la Iglesia. Y así poder invocarlos como santos.

Puedo decir que hoy se prolonga ese día, pues en el contexto del Año Sacerdotal convocado por el Papa Benedicto XVI en ocasión de los 150 años del nacimiento para la vida eterna del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, la Conferencia Episcopal decidió recordar con particular amor a aquellos sacerdotes “testigos fieles” cuya causa de canonización está ya introducida. De esta manera queremos logar el fin de este Año Sacerdotal. De esta manera lograr la finalidad del mismo que es, según lo expresa el Papa: “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”.

Permítanme que recuerde de manera resumida lo que la Constitución Lumen Gentium dice a propósito del martirio: Jesucristo es el prototipo de mártir, dado que por amor dio su vida por nosotros ( cf 1 Jn 3, 16; Jn 15, 13); desde el primer momento de la Iglesia ha habido cristianos que han dado este máximo testimonio de amor; por el martirio, el discípulo se hace semejante a su Maestro; y la Iglesia considera siempre el martirio como el don por excelencia y como la prueba suprema del amor (cf. LG 42).

Voy a referirme concretamente a siete sacerdotes; su causa de beatificación está ya introducida. Y comenzaré con los tres Misioneros del Sagrado Corazón, cuyos rostros tenemos en el cuadro pintado que tenemos delante de nosotros y que entregaron su vida en la diócesis de Quiché.

El padre JOSE MARÍA GRAN CIRERA, MSC. Nació en Canet de Mar, Barcelona, el 27 de abril de 1945. Hizo su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1966. Fue ordenado sacerdote en Valladolid, el 9 de junio de 1972; tres años después llegó como misionero a trabajar en la diócesis de Quiché. Muere asesinado el 4 de junio de 1980, cerca de la aldea Xe Ixoq Vitz, en Chajul.

Sus cinco años de misionero en Quiché los desarrolló trabajando en las parroquias de Santa Cruz, Zacualpa y san Gaspar Chajul. Es en esta parroquia donde lo vamos a seguir de cerca. Continúa

FAUSTINO VILLANUEVA VILLANUEVA, MSC. Sólo había pasado un mes y seis días de la muerte del Padre José María cuando fue asesinado el siguiente misionero del Sagrado Corazón, el 10 de julio de 1980. Se trata ahora del párroco de Joyabaj.

El Padre Faustino llevaba 21 años de trabajo pastoral cuando le alcanzó la muerte. Había empezado su ministerio sacerdotal en la diócesis de Quiché justamente en la parroquia de Joyabaj y allí mismo selló su compromiso final dando testimonio de Cristo con su muerte. Continúa

JUAN ALONSO FERNANÁDEZ, MSC. Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis dice a propósito de los sacerdotes mártires: Hay que dar gracias a Dios por tantos sacerdotes que han sufrido el sacrificio de la propia vida por servir a Cristo. En ellos se ve de manera elocuente lo que significa ser sacerdote hasta el fondo. Se trata de testimonios conmovedores que pueden inspirar a tantos jóvenes a seguir a Cristo y dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera” (Sacramentum Caritatis, 26). Esta cita nos introduce muy bien en la memoria de este gran misionero. Continúa

PADRE TULIO MARUZZO, OFM. Dije que el año 1981 sería muy duro para los sacerdotes en Guatemala. El 1 de julio de 1981 fue asesinado el franciscano fray Tulio Maruzzo.

Este fraile franciscano llego el 16 de enero de 1960 a Guatemala procedente de Italia. La parroquia de Puerto Barrios fue su primer destino, como coadjutor, encargado de las escuelas y los dos hospitales. Se encargó de la parroquia de Abacá-Entreríos, que atendía los domingos. Más tarde, el 28 de febrero de 1968, fue dividida la parroquia de Morales de la de Bananera, y creada la parroquia de San José y el P. Tulio fue nombrado como su primer párroco. Continúa

FRANCIS STANLEY ROTHER. Damos un salto geográfico muy grande pasando desde el noreste del País a las orillas del precioso lago de Atitlán, rodeado de volcanes. En Santiago Atitlán era párroco el sacerdote misionero diocesano, originario de Estados Unidos, Francis Stanley Rother párroco que fue asesinado el 28 de julio de 1981, en la casa parroquial.

Había llegado a la diócesis de Sololá procedente de Oklahoma cuando tenía 33 años de edad. Inició su vida misionera en el pintoresco pueblo de Santiago Atitlán, tierra de mayas tzutuhiles. Al llegar se encontró con cinco sacerdotes de la diócesis trabajando en esa parroquia, coordinados por el P. Ramón Carlín. Continúa

AUGUSTO RAFAEL RAMÍREZ MONASTERIO, OFM. Nace en Guatemala, el 5 de noviembre de 1937. Es ordenado sacerdote en Teruel, España, el 18 de junio de 1967, es asesinado el 7 noviembre de 1983, en la ciudad de Guatemala.

Nadie imaginaba que Fray Augusto Rafael Ramírez Monasterio, hijo menor de nueve hermanos, llegara a ser un testigo fiel de la fe. Su vida era más bien escondida, dedicada al estudio y a la formación de los frailes franciscanos. Al final, fue párroco de San Francisco el Grande, en Antigua Guatemala.

La pregunta lógica es ¿porqué lo mataron? Continúa

EUFEMIO HERMÓGENES LÓPEZ COARCHITA. Párroco de San José Pinula. Fecha de su muerte, 30 de junio de 1978. He dejado al final de esta presentación a este humilde sacerdote diocesano que fue asesinado el 30 de junio de 1978, cerca de los Cerritos, en las inmediaciones de la Aldea San Luís, a cuatro kilómetros de San José Pinula en la carretera que conduce a Palencia, cuando regresaba de visitar a dos enfermos de su parroquia, por ser el más conocido de todos los testigos de la fe.

El Señor Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago en Guatemala cada año, en el aniversario de su muerte, celebra la Eucarística en la concelebran muchos sacerdotes, participan numerosas personas y en la homilía, el Señor Cardenal ha hecho mención de las virtudes del Padre Hermógenes y del significado de su muerte martirial. Continúa

Y cómo concluir esta mención de los testigos fieles en este día del Santo Cura de Ars, al inicio de este Año Sacerdotal, sin decirle gracias al Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago en Guatemala, MONSEÑOR JUAN JOSÉ GERARDI CONEDERA por su testimonio martirial, paradójicamente acaecido después de la firma de la Paz, y por su trabajo a favor de los derechos humanos y por haber impulsado entre todas las diócesis la recuperación de la memoria histórica (REMHI) y el informe GUATEMALA, NUNCA MÁS. No cabe duda que Mons. Gerardi tuvo una opción fundamental: “estar de lado de los pobres, sobre todo de las víctimas de la violencia”. A él se pueden aplicar las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13), pues él entregó su vida por sus hermanas y hermanos guatemaltecos, víctimas de la violencia. Continúa

Conclusión: Hemos hecho un rápido recorrido de veinte años (de 1978 a 1998) y constatado que en Guatemala: varios sacerdotes seculares y religiosos, guatemaltecos y nacidos en otros países, dieron su vida por Cristo y su Evangelio como testimonio máximo de amor. Les caracteriza la libertad con que lo hicieron, pues pudieron fácilmente escapar del peligro y por amor a sus feligreses no lo quisieron hacer. Destaca igualmente en ellos el amor a Dios y sus hermanos a quienes sirvieron en su ministerio sacerdotal no sólo en la celebración de los sacramentos sino también con la atención y solidaridad con los pobres, las víctimas de la violencia, la defensa de los derechos humanos, la tierra. Nadie de ellos incitaba a la violencia, al odio, a la venganza. Eran predicadores del evangelio de la paz. Nos dejan un testimonio que hemos de mantener vivo y ha de dar fruto “en familias unidas y profundamente cristianas, en parroquias y comunidades evangelizadoras, en numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras” (Juan Pablo II, Celebración de la Palabra de Dios en el Campo de Marte, 6 febrero de 1996).

Agradecemos a las diócesis que están realizando ya los procesos diocesanos encaminados a su beatificación. Acudamos confiados a la intercesión ante Dios de estos sacerdotes, hermanos nuestros, y prolonguemos su ministerio sacerdotal que fue fiel a Jesucristo hasta la muerte.

Séame permitido en este día tan especial, pedir a la CEG, que como el mejor homenaje a estos testigos fieles de la fe, se comprometa a hacer que se escriba bajo su responsabilidad un único marco histórico de esos años, que la Congregación para la Causa de los Santos pide como requisito indispensable para poder afirmar que se trata de verdadero martirio porque su muerte fue “in odium fidei”.

Se puede ser mártir de dos maneras: entregando la vida por amor cada día o derramando la sangre por Cristo. Un hombre tan extraordinario como San Pablo, cuyo Año acabamos de celebrar, lo hizo de las dos maneras. Nosotros quizá sólo podemos hacerlo entregando cada día nuestra vida por amor a Dios y nuestros hermanos y hermanas, como lo hizo el Santo Cura de Ars. Dios nos lo conceda.

Santuario Eucarístico, 4 de agosto de 2009, fiesta del Santo Cura de Ars, Año Sacerdotal.

+ Mons. Julio Cabrera Ovalle
Obispo de Jalapa



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